Con 30 años de retraso, México enfrenta su crisis histórica. En 1979 México debió haberse hundido en el muladar de la ineficiencia e irresponsabilidad a las que nos llevó el régimen de la Revolución. Pero no fue así porque nos encontramos a Cantarell. Ese manto milagroso nos dio 30 años, que ya desperdiciamos.
El secretario de Hacienda ha reconocido la magnitud, histórica, del problema fiscal. Pero no fue lo suficientemente claro: no se trata de un problema temporal, resultado de la crisis financiera global. Es un fenómeno permanente: se acabó la fuente de recursos de la que vivimos por 30 años; la que pagó la deuda externa y nos permitió crecer, así fuese muy moderadamente, por tres décadas. Sin contar este año de crisis, Cantarell aportó al PIB en estas tres décadas más de lo que creció la economía.
Se ha vuelto un lugar común la idea de que el modelo ha fracasado. Claro que fracasó, lo hizo desde los años 70. El modelo es un régimen político distribuidor de rentas para mantenerse en el poder. No es un problema económico, sino político, y siempre lo ha sido. No se trata de neoliberalismo o economía mixta, que nunca existieron. Se trata de un sistema construido para extraer recursos de quienes no estamos organizados para entregarlos a quienes sí lo están y por lo tanto son parte del régimen político. Y esto no terminó con la llegada del PAN a la Presidencia, porque los gobiernos divididos no han podido enfrentar al antiguo régimen.
El régimen de la Revolución construyó un sistema económico cuyo objetivo principal era la distribución de rentas, y no el crecimiento. Por eso no crecimos. Los defensores del nacionalismo revolucionario siguen insistiendo en que México tuvo una gran época en la posguerra, cuando crecimos durante 25 años. Es falso. Crecimos lo mismo que creció el mundo, nada espectacular, y lo hicimos porque en esos años había territorio disponible y población escasa. Los 30 años previos México no había crecido en absoluto, y apenas con la posguerra empezábamos a emparejarnos.
No crecimos por producir mejor, sino sólo porque fuimos ocupando las tierras ociosas. Cuando nos acabamos el territorio, en 1965, la única forma de mantener un crecimiento ficticio fue endeudar al país, y luego petrolizarlo. Y durante todo ese tiempo se extrajeron rentas a la población para repartirlas entre los empresarios, sindicatos, centrales campesinas y universidades creados por el mismo Estado. Los mismos empresarios, sindicatos, centrales y universidades que hoy claman por más subsidios y presupuesto. Los mismos que durante décadas cantaron loas a su ogro filantrópico, al que han terminado por matar de hambre.
Pero esto se acabó, irremediablemente. En los próximos años la producción de petróleo de México caerá continuamente, de forma que ya no tendremos con qué alimentar la refinería que no han empezado a construir. No es un pequeño inconveniente temporal, es una crisis histórica.
Frente a ello hay sólo dos posibilidades. Una es hacer lo mismo de siempre, lo que sabemos hacer: fingir cambios y endeudar al país. Es un camino directo al precipicio y, a diferencia de otras ocasiones, muy corto. Recuerde: no hemos tenido una crisis económica en México sin tener detrás el petróleo; en todas, éste nos ha permitido salir.
El otro camino es más complicado. Implica reconocer el fracaso secular de un proyecto político y tomar decisiones del mismo tamaño de la crisis: históricas. Los cambios necesarios para resolver el asunto fiscal no son cosa de otro mundo: en estas mismas páginas le he presentado, en el transcurso de la semana, una propuesta integral, liberal, redistributiva y recaudatoria al mismo tiempo. No es eso lo complicado, sino la aceptación del fracaso que es obligadamente previa a las decisiones. Que no son sólo fiscales, dejémoslo claro.
Cantarell ha resultado una maldición. Sin ese manto, el régimen de la Revolución habría tenido que asumir por completo su responsabilidad en la destrucción del país. Los 30 años que han pasado han borrado esas culpas, al extremo de que hoy son ellos mismos quienes tienen la mayoría en la Cámara de Diputados. Las mismas personas.
Hace ya años que lo hemos dicho en estas páginas, México tiene sólo dos caminos hacia delante: en uno seguimos haciendo lo mismo y nos convertimos en un Estado fallido; en otro asumimos nuestra responsabilidad y nos transformamos en la quinta economía mundial. Suena muy extraño, pero no hay términos medios.
Puesto que el Congreso tiene hoy mayoría conservadora, no puede esperarse que ahí se tomen decisiones históricas. Toda la responsabilidad está en manos de un Presidente que ha intentado acuerdos políticos reduciendo sus propuestas. Ese no era el camino, y ya está claro. Puede escudarse en el expediente del gobierno dividido, pero no engañará a nadie. En momentos históricos, hay obligaciones del mismo tamaño.
Todos los riesgos, todo el resto.
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
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