Ya no es la hora de nuevos parches fiscales sino de una verdadera revolución por lo que respecta a ingreso y gasto público.
En el pasado el gobierno federal ha dejado pasar de largo varias oportunidades para realizar una tan profunda como necesaria reforma fiscal, siempre planteándola como estrictamente necesaria por la caída de ingresos fiscales derivada de una crisis económica y como de costumbre llena de todos los atavismos de la política nacional, es decir siempre situada en la lógica de lo posible políticamente y por tanto abortada antes de nacer. De esta forma lo único que hemos hecho en 40 años es la introducción del IVA en 1980, todo lo demás, IETU e Impac incluidos, han sido considerados impuestos de control para los evasores o simples cambios de tasas.
La oportunidad actual se nos aparece como ideal, no solamente por la profundidad de la crisis que ahora sí evidencia que cobramos pocos impuestos, a poca gente, a un costo altísimo para los particulares y que depende excesivamente de fuentes no recurrentes, así de simple, que nos hemos equivocado de cómo cobramos y en lo que cobramos. Si no porque se muestra que la “crisis” presupuestal al que menos afecta es al gobierno federal, pero los gobiernos estatales y los municipales están “al borde de la quiebra”, porque dependen de las aportaciones federales y poco o nada han hecho para dejar esta dependencia, es decir sirven a comunidades a las que no les cobran impuestos, este altísimo costo político se lo trasladan al gobierno federal y hoy como nunca sufren por no poder saludar con sobrero ajeno y ya no se pueden concluir obras o pagar alegres e irresponsable nóminas, sea del partido que sea.
Por otro lado, ha quedado demostrado que el gobierno federal no puede seguir gastando en los mismos programas ni en las mismas condiciones que lo hace ahora, pues la receta más simple de todas las crisis ha sido la misma, no hay dinero, corto inversiones, pues los programas y el financiamiento a los gobiernos subnacionales no se puede cortar por “compromisos” políticos.
Para mí es claro, hoy la oportunidad está clarísima, la crisis se ha llevado la política, la politiquería y los atavismos por el caño y sólo queda la realidad económica: recaudamos poco de fuentes fijas, 10 % del PIB, dependemos demasiado de fuentes variables como la recaudación petrolera que representa un 40% del ingreso del gobierno, pagar impuestos es muy caro para los contribuyentes que se hacen informales o no declaran en cuanto hay problemas, el estado es débil a la hora de hacer valer la ley y por ello el costo de ser informal o de plano pirata es muy bajo, los estados gastan irresponsablemente y no recaudan, los municipios no existen más que para pagar nóminas e inaugurar obras superfluas, entre otras variables que determinan una única política a seguir para reducir esta vulnerabilidad: o aumentamos las fuentes de ingreso fijas o el gobierno desaparece en la siguiente crisis.
La tarea para el gobierno y la nueva legislatura no es fácil, es más bien de altas miras y de una gran responsabilidad, pues ya no es la hora de nuevos parches fiscales sino de una verdadera revolución por lo que respecta a ingreso y gasto público. Las directrices van en la idea de consolidar las fuentes permanentes de financiamiento, determinar las prioridades de gasto e inversión y rediseñar el pacto federal para evitar las excesivas transferencias y motivar a los estados y municipios a recaudar de sus propias fuentes. Vale la pena señalar que los criterios de eficiencia, evitar distorsiones y visión de largo plazo deben acompañar cualquier propuesta que llegue al Congreso para que podamos pensar de una vez por todas en una reforma y no más en misceláneas, que ha sido la estrategia de todo el gobierno desde 1982.
Por tanto se vale pensar en reformas radicales y ya no en el arte de lo posible, pues si seguimos en el arte de lo posible ni los estados recaudan, ni pensamos en Pemex como una empresa, ni se establece un IVA general o damos ya por descartado un Impuesto a Tasa Única, que ha sido solución países con características similares a las nuestras.
Por tanto queda claro que o todos pagamos y lo hacemos a tasas medibles con una gran simplificación y nos vamos despidiendo de injustos subsidios o dejamos abierta la puerta para una nueva crisis fiscal.
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