Robert Rivard es director del Comité de Libertad de Prensa e Información de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Cualquiera que se preocupe por la libertad de expresión debería también estar preocupado por el inminente cierre de Globovisión, el canal de 24 horas de noticias de Venezuela. El destino del canal será el mismo que le espera a toda la prensa libre e independiente de Venezuela. Y lo que ahí pase probablemente se repetirá pronto en Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
Dos décadas después de que regímenes militares sin escrúpulos dieran paso a democracias civiles electas en las Américas, un grupo de caudillos está consolidando su poder y moviendo la región hacia el pasado. El presidente venezolano Hugo Chávez, un ex coronel de las fuerzas armadas encarcelado por haber liderado un fracasado golpe de Estado en contra de un gobierno civil, fue electo presidente a fines de los noventa. Desde ese entonces, ha utilizado reformas constitucionales, maniobras legislativas y turbas violentas en las calles para consolidar su poder, capturar empresas privadas, intimidar a los partidos de la oposición y amenazar el funcionamiento de la prensa independiente.
También ha utilizado los petrodólares de su país para comprar influencia a través de la región a partir de gobiernos izquierdistas cortos de dinero.
Chávez y sus aliados llegaron al poder a través de las urnas pero desde ese entonces han re-escrito la constitución de sus países para extender el poder presidencial y hacer de este un mandato absoluto. Ellos son admiradores abiertos del dictador cubano Fidel Castro.
La principal noticia en Venezuela hoy es el ataque fulminante del régimen de Chávez el sábado por la mañana para cancelar las licencias de 34 estaciones de radio privadas. La medida fue anunciada por un miembro del gabinete como un paso más dentro de los planes del gobierno para regular la libertad de expresión en la prensa no estatal. A Globovisión, al igual que a otros medios, no se les permitió televisar la conferencia de prensa oficial.
Yo he visto cómo se ha desenvuelto este drama desde cerca, habiendo viajado a la región con frecuencia a lo largo de los últimos dos años como director del Comité de Libertad de Prensa e Información de la Sociedad Interamericana de Prensa.
La semana pasada fui invitado a hablar en un foro en el Cato Institute en Washington, D.C. junto con Guillermo Zuloaga, el presidente de Globovisión y uno de sus fundadores en 1994. Muy pocos fuera de Venezuela sabían en ese entonces que Chávez estaba preparándose para tomar control de las estaciones de radio, pero sus amenazas cada vez más intensas de cerrar Globovisión por practicar “terrorismo mediático”, lo cual significa hacer un reportaje honesto y crítico del régimen, hicieron de este un momento oportuno para llamar la atención en la capital estadounidense sobre esta situación.
Sin embargo Chávez no estuvo de acuerdo, por lo que su gobierno le prohibió a Zuloaga su salida de Venezuela citando una ensalzada investigación de sus intereses empresariales. Carlos, su hijo y el vicepresidente de Globovisión, lo reemplazó y le dijo a una numerosa audiencia que la tema era “cuándo” y no “si es que” Chávez dará los pasos para silenciar al último canal de noticias independiente en Venezuela.
Es una noticia triste y familiar, de importancia universal, que se entiende mejor cuando se relee la novela de 1945 de George Orwell, Rebelión en la Granja.
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