7 de enero de 2007

El dilema de Pemex

Raúl Ferro

En una reciente presentación, Daniel Monzón, consultor de Arthur D. Little, llamaba la atención sobre el regreso en los últimos cinco años del petronacionalismo al negocio energético global y el crecimiento de las empresas petroleras estatales en varias regiones del mundo, incluida América Latina.

Monzón hizo hincapié en la creación por parte del gobierno argentino de la energética Enarsa, el aumento de la participación estatal en la producción petrolera de Venezuela y la intensificación del debate político sobre la participación privada en el sector de hidrocarburos en México.

La razón de ser de gigantes petroleros estatales es un tema polémico. Pero lo que debería ser menos polémico es qué modelo de petrolera estatal es el más eficiente.

En los 90, el camino lo marcaba Petróleos de Venezuela (PDVSA), que asumió su posición de jugador global e invirtió en refinerías en Europa y Estados Unidos y terminó adquiriendo la totalidad de Citgo, una cadena de gasolineras de EU. Bajo la batuta de Luis Giusti, PDVSA se abrió en la segunda mitad de los 90 a las asociaciones con petroleras extranjeras para la explotación de depósitos marginales y de petróleo pesado. El plan de Giusti era abrir parte de PDVSA a la Bolsa para darle acceso a fuentes frescas y eficientes de financiamiento.

Los planes se fueron al agua tras el triunfo de Hugo Chávez en 1999 y la toma de control absoluto de PDVSA por parte de su gobierno ‘bolivariano’. Giusti dejó PDVSA ese mismo año. Hoy es director de Shell y asesor del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, en Washington, DC.

La posta que dejó PDVSA la ha tomado Petrobras, empresa que continúa bajo el control del Estado brasileño pero que cotiza acciones en las bolsas de Sao Paulo y en Nueva York.

Petrobras se ha tomado en serio su papel de actor global en un negocio global y ha internacionalizado fuertemente sus operaciones y su marca, bajo la cual se distribuyen combustibles en varios países latinoamericanos. Bajo la presidencia de Philippe Reichstul, quien la dirigió entre 1999 y 2001, Petrobras pasó de pesado monopolio estatal a empresa de clase mundial y que forma parte del índice Dow Jones Sustainability, que agrupa a las principales empresas globales con estándares sobresalientes de responsabilidad social y gobierno corporativo. Los sucesores de Reichstul, Francisco Gros y Alberto Da Fonseca Guimarães, han mantenido en términos generales el plan estratégico iniciado en 1999.

Al igual que Petrobras, la petrolera colombiana Ecopetrol se sacudió sus complejos de elefante estatal para transformarse en una empresa moderna y con un cuidado gobierno corporativo. En estos días prepara la colocación de parte de sus acciones en bolsa, con el fin de financiar la exploración fuera de Colombia de nuevas reservas de hidrocarburos.

Frente a estos modelos, ¿qué camino tomará Pemex? ¿Seguirá con la triste distinción de perder más dinero cuanto más alto llega el precio del petróleo?

El nuevo presidente mexicano necesita hacer algo urgente. También lo necesitaba su antecesor, Vicente Fox, pero tras seis años de gestión poco cambió. El trabajo no es fácil. La trágica dependencia del fisco mexicano de los ingresos de Pemex hace que cualquier cirugía de fondo incluya el riesgoso y amargo trago de una reforma tributaria que despetrolice su presupuesto.

El del petróleo es un negocio global y las petroleras, estatales o privadas, no pueden prosperar con una visión nacionalista de hace 100 años.

Desde el punto de vista geopolítico, el valor estratégico real de los hidrocarburos es garantizar desarrollo y oportunidades para la gente y no privilegios para unos pocos.

México tiene el petróleo, pero no tiene la petrolera que se merece. Pemex tiene que cambiar. En manos de Calderón y su equipo está qué modelo seguir: el de la Petrobras de Lula o la PDVSA de Chávez.

El autor es periodista económico y consultor privado.

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