No son pocos los problemas que deberá enfrentar la administración de Felipe Calderón y todos requieren de una solución urgente y conjunta. Primero, la desigualdad en la distribución del ingreso. Éste es el tema más grave. Para revertirla, la economía debe crecer: si el PIB no crece, es imposible lograr una mejor asignación. Si la economía crece, ese producto adicional se puede repartir de manera tal que quienes menos tienen reciban más (en términos relativos) que los que más tienen.
Para lograr que la economía crezca y se revierta esa desigualdad, el gobierno tendrá que atacar tres frentes. El primero es la capacidad del Estado para abatir los índices de pobreza y marginación. Para esto, necesita recursos y entre más, mejor. Para conseguirlos es urgente una reforma fiscal (no una miscelánea, que ya hemos tenido demasiadas).
Es momento de diseñar un mejor y más eficiente esquema impositivo, de combatir la evasión y eliminar los caminos disponibles para la elusión. Pero esto requiere de un trabajo entre el Ejecutivo (Hacienda y SAT) y el Legislativo. Aquí algunos contribuyentes saldrán afectados pues tendrán que pagar más impuestos o, simplemente, pagar impuestos. Es momento que Pemex deje de ser un agente recaudador. Tenemos petróleo para un poco más de una década y la empresa debe tener los recursos para explorar y encontrar yacimientos que garanticen una producción más duradera. Pero más recursos aquí significan menos recursos en otras áreas (gasto social o los estados) o más ingresos tributarios. Esta disyuntiva, junto a la importancia de los ingresos petroleros (un tercio) del ingreso total, hace que la reforma fiscal no se pueda seguir postergando.
Esto lleva al segundo problema, la reforma energética. Fuimos ‘afortunados’ en el sexenio anterior al no haber crecido a 7% anualmente, porque si no el sistema eléctrico hubiera colapsado. Es hora de diseñar la mejor arquitectura para el sector, que implica la interacción de mercados competitivos (compradores y vendedores sin privilegios), mercados monopólicos, agentes reguladores independientes y un Estado cuya intervención no genere distorsiones. Todo esto requiere de mayor inversión en electricidad, exploración, refinación y mantenimiento. Para lograrlo, se necesita de la sincronía del Ejecutivo, el Legislativo y el ente regulador (CRE).
Por último, la promesa de campaña: más y mejores empleos, que implica una reforma laboral, tan discutida, tan olvidada y tan mal entendida. Es indispensable que este mercado sea de los más eficientes, ya que de él depende toda la economía. Aquí también se necesita del Ejecutivo, del Legislativo, de los trabajadores (sindicatos) y de las empresas. La responsabilidad del Estado en estos problemas recae sobre Agustín Carstens, Georgina Kessel, Javier Lozano, Luis Téllez y Eduardo Sojo. Todos tienen capacidad y experiencia en el sector público, pero que puedan resolver estos problemas dependerá de su habilidad para enfrentar dos retos: la capacidad para trabajar en equipo y de dialogar con el Legislativo y la agilidad para sortear las presiones de los grupos afectados con los cambios.
Toda reforma implica que, en el corto plazo, algunos pierdan, pero a la larga todos ganamos. En la fiscal, pierden los evasores y los beneficiados con las elusiones; en la energética, pierden los consumidores que se apropian de los subsidios a la electricidad y al gas; en la laboral, pierden quienes tuvieron rentas enormes por la Ley Federal del Trabajo.
Calderón y su equipo no la tienen nada fácil (y eso que no se suman factores externos, como el precio del petróleo, la economía de EU y el de China), pero tienen la oportunidad de realizar los cambios que demanda el país. Ojalá que las primeras decisiones vayan en el rumbo indicado. Como decían los abuelos: la primera impresión es lo que importa.
El autor es doctor en Economía de la Universidad de Chicago y director de la división de Economía del CIDE.
AGUSTÍN CARSTENS,
Pura paciencia
Arnold Harberger, uno de los creadores del monetarismo y padre de los ‘Chicago Boys’, se sentó frente a la máquina de escribir una tarde hace 20 años. Poco antes, uno de sus mejores discípulos había regresado a su país. “Señor Miguel Mancera, director del Banco de México. Felicito a su institución por las condiciones de sus becarios. De la calidad de Agustín Carstens llega a la Universidad de Chicago uno cada 10 años”, escribió. Satisfecho por la carta, Mancera recibió a Agustín –entonces de 28 años– pero no se conmovió. Al contrario, le dio a ese joven, avezado en mercados internacionales, la subgerencia de la Dirección General de Operaciones de Banca Central. El cargo, largo de palabras y corto de jerarquía, no era más que un escritorio en una oficina llena de burócratas con experiencia pero sin formación de economistas.
De los días aciagos de De la Madrid y Salinas, en los que el país padecía por la deuda externa, queda la imagen de Carstens tecleando un teletipo en su oficina, haciendo llamadas y enviando faxes, apurado por cerrar acuerdos para renegociar una deuda que era de casi la mitad del PIB.
Su fortaleza es su excelente conocimiento macroeconómico y una férrea capacidad de persuasión. En su paso por Banxico, el FMI o la Secretaría de Hacienda, su estrategia termina siendo la idónea. A quien lo contradiga le presta oídos el tiempo necesario, para luego replicar. Y al final, convence. Hace tres años, al terminar su cabildeo entre los diputados como subsecretario de Hacienda, los congresistas le hicieron una fiesta y lo nombraron el ‘diputado 501’. Era por su destreza para explicar con sencillez las políticas económicas.
Carstens no se ha preocupado demasiado por sus limitaciones. El sobrepeso, que lo aquejó desde su infancia en Coyoacán, no le impidió ser de niño uno de los mejores tenistas del Club Reforma y un gran pelotero de la Liga Olmeca. De su estadía en Chicago trajo no sólo el grado de doctor, sino a la guapa economista Catherine Mansell, hoy editora y literata bajo el pseudónimo de C.M. Mayo.
Carstens llega a Hacienda sin que muestre sed política. “Jamás ha buscado un ascenso –dice Mancera–. Sus premociones han sido un reconocimiento a su inteligencia. Es más economista que político”.
Aníbal Santiago
LUIS TÉLLEZ,
El de la pastorela
A la alegría de concluir clases en el ITAM se sumaba un acontecimiento: la casa de Luis Téllez, en la calle Tres Picos, en la colonia Polanco del DF, se abría para convertirla en el teatro donde sus cuates de generación –y uno que otro maestro– estelarizaban la tradicional obra decembrina, escrita por él, para satirizar la vida de su universidad. Quizá su rostro, de rasgos algo infantiles, o esa cualidad de tomarse a sí mismo menos en serio, inspiró al secretario de Comunicaciones y Transportes a encarnar siempre al niño Jesús.
Fue elegido por su generación como representante de la carrera de Economía ante el Consejo de Alumnos, y él usaba el humor para hacer política. Desde aquel tiempo, se acercaba a todos, sin importar color, credo, puesto o partido. Y así, al paso de los años, con Carlos Salinas fue subsecretario de Agricultura, con Ernesto Zedillo, jefe de la Oficina de la Presidencia y secretario de Energía.
Téllez actúa con metas a corto plazo, para trabajar en lapsos breves que le dejen mucho. Y así en todo: Hace 30 años, perturbado por la belleza de Consuelo Morales, estudiante de Administración de Empresas del ITAM, hizo todas las gestiones para ser nombrado laboratorista (especie de adjunto) de Antonio Bassols, profesor de la joven. Hoy Consuelo es su esposa, y madre de sus hijas Sofía y María.
¿Dónde está la identidad de Téllez? En todas partes. Hace un par de años fue vicepresidente ejecutivo del Grupo Desc y luego pasó a Carlyle, un fondo de inversión de EU y que ha sido cuestionado, según el periodista Craig Unger, porque conviven en el mismo negocio intereses tanto de la familia Bin Laden como Bush.
Las raíces de su familia materna –los Kuenzler– lo llevaron al Colegio Alemán y es probable que ahí se gestara ese eficaz sentido práctico que tanto le ha valorado la clase política. Supo ser el impulsor de las reformas a las leyes agrarias (el art. 27 Constitucional), contribuir a los cambios del IMSS e instrumentar el Programa Progresa. “Por sus preguntas en clase, sus artículos en el periódico interno de la universidad y la calidad de sus exámenes me daba cuenta de su vocación por aprender y ser un líder”, dice Antonio Bassols, su maestro en el ITAM. “Era muy inquieto y, sobre todo, absolutamente extrovertido”.
Aníbal Santiago
GEORGINA KESSEL,
Mucha disciplina
En los 80, alumnos y profesores del ITAM se reunían en la casa de Georgina Kessel para discutir sobre el país, cuando la hoy secretaria de Energía era maestra de tiempo completo. Desde entonces ella ya mostraba sus dotes para el debate. “Es muy buena conversadora, una persona de mucha determinación”, dice su compañero Silvano Espíndola.
A fines de los 70, aunque trabajaba en una aerolínea, Georgina decidió hacer la licenciatura en Economía. Entre trabajo y escuela, llegó a ser “una alumna brillante, a quien le gustaba trabajar en equipo”, recuerda Espíndola, quien también fue su profesor. Luego vendría el doctorado en Columbia, y fue la primera mujer del ITAM en doctorarse.
De sus años en ese instituto conserva gran parte de sus amistades y colaboradores, como Carlos Petersen, con quien estudió y que era su hombre de confianza en la Casa de Moneda, una institución que ella dirigió desde 2002.
Su trayectoria ha sido sobria y callada: desde que fue profesora de maestría de Felipe Calderón, hasta su último nombramiento sumó años como investigadora, escribiendo estudios sobre el sector energético. “Nunca la he visto improvisar, siempre se prepara mucho”, dice Juan Antonio Bargés, ex subsecretario de Energía. Ambiciosa y disciplinada, “trabajaba hasta agotarse”, agrega Espíndola.
Ella comenzó a trabajar en Pemex y, en 1994, fue designada por Carlos Salinas como la primera presidenta de la Comisión Reguladora de Energía. “En Hacienda puede haber aprendido a lidiar y a negociar con legisladores y directores de empresas de energía, y eso le puede ser muy útil hoy”, afirma Alma Rosa Moreno, quien coincidió con Kessel en esa dependencia y que hoy es directora general de administración de Banorte.
Pero su perfil es menos político que técnico, y esto para Sergio Rosado, de la consultora Cambridge Energy Research Associates, es un claro símbolo de que la negociación con los legisladores para las reformas se hará desde Los Pinos.
Hoy, esta mujer, sin hijos ni matrimonio conocido, y de la que el consultor David Shields dice que es “muy dura” y con visión de ortodoxia presupuestal, tiene ante sí un sector con muchos retos, que está “patas para arriba”, según George Baker, de la consultora energia.com de Houston.
Sara Brito
El discreto encanto de
EDUARDO SOJO
Eduardo Sojo es un hombre leal. Mientras en el sexenio anterior Vicente Fox y su gabinete protagonizaron muchas contradicciones, Sojo permanecía callado, siguiendo las directrices de su amigo y jefe desde la época guanajuatense. Parco en palabras, como lo define Bernardo González Aréchiga, su asesor en políticas públicas (2000 y 2002), Sojo ha pasado por ser ese hombre discreto y celoso de su intimidad que hoy se ha posicionado en la primera línea política respaldado no sólo por su íntimo amigo, Fox, sino por aquel hombre cuya candidatura apoyó desde un inicio, y que supuso la primera contradicción pública a su jefe.
A Sojo, en la oficina de transición, le tocó organizar las carpetas para cada secretario el día antes de la designación y él mismo preparó la suya propia y se la autoentregó.
Sobrio en su vestir, el secretario de Economía no suele generar amistad entre sus subordinados. “Siempre tuvo bien claro dónde acababa su función pública y dónde empezaba su vida privada”, agrega González Aréchiga. Esa rectitud tal vez venga de su formación jesuita en el Instituto Lux, que según él reconoce, marcó su personalidad y ‘esa hipoteca social’ que siente estar pagando ahora. También lo marcó la pasión de su padre, dos veces diputado federal, y quien decía que la política era el oficio más humano.
Hizo la licenciatura en Economía en el Tec de Monterrey, donde fue alumno de Ernesto Derbez, y el doctorado en la Universidad de Pensilvania, donde compartió investigaciones de econometría y desarrolló el proyecto Link con Lawrence Klein, Nobel de Economía. Klein recuerda una presentación que Sojo hizo hace un año ante unos economistas, donde el secretario se puso una serie de sombreros conforme pasaba de un tema a otro al explicar la economía del país. ¿Hará lo mismo con su nuevo equipo?
José Luis Barraza, ex presidente del Consejo Coodinador Empresarial, lo define como un hombre congruente, “entre lo que piensa y lo que dice, entre lo que dice y lo que hace”, y con gran capacidad de diálogo con el sector privado.
Un foco rojo en su gestión será China, considera Ramón Lecuona, director de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Anáhuac. “Mi reto ante todo será hacer trabajo de equipo”, adelanta.
Sara Brito
La convicción de
JAVIER LOZANO
El 21 de noviembre, Javier Lozano invitó al presidente y su esposa a festejar en su casa su cumpleaños 44. Un día después, su fotografía estaba en todos los medios porque fue nombrado secretario del Trabajo.
En el sector obrero y patronal, todos alzaron las cejas. “De entrada es una mala señal que envíen gente sin experiencia a la Secretaría del Trabajo”, afirma Carlos de Buen, autor de una propuesta de reforma laboral para el Partido Acción Nacional.
Hace 10 años, la industria de las telecomunicaciones sí sabía quién era: como presidente de la Cofetel impuso ‘el que llama paga’, para disgusto de Telmex.
“Es obsesivo compulsivo”, afirma Gerardo Soria, ex representante de Telmex y hoy abogado del despacho LVHS. “Además, tiene un orden escrupuloso”, agrega Gerardo Lozano, su hermano y abogado del despacho Gallástegui-Lozano. A cierta hora, los domingos, deja las reuniones familiares para escribir sus artículos. “Nunca desperdicia el tiempo y es muy activo”, comenta.
Su carrera laboral comenzó como gerente jurídico de Alfa. Un año después, llegó al sector público con el priísta Carlos Ruiz Sacristán. “Él fue su padrino político y todavía son buenos amigos”, asegura su primo Mariano Saavedra, militante del PAN en Puebla.
Su primer tropiezo electoral fue en 2000, cuando perdió la diputación en Puebla. Su nueva etapa política arrancó en febrero del año pasado, cuando renunció al PRI y dejó en claro su compromiso con Felipe Calderón. “El país se perdió tener un buen secretario de Telecomunicaciones”, dice Alejandro Guillén, politólogo de la UPAEP, mientras los líderes sindicales prefieren darle el beneficio de la duda.
Tania Lara
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