1 de enero de 2007

2007: incógnitas y adivinación

José Antonio Crespo

Los últimos días del año (en este caso, del sexenio) suelen ser utilizados para recontar y evaluar lo que ocurrió en él. Y en los primeros días del año siguiente suele hacerse una tendencia (en realidad, especulación) de lo que podrá ocurrir. Un sexenio es muy largo (como pudimos constatar con el que recién terminó) como para siquiera imaginar qué ocurrirá durante él. Intentar hacerlo es caer estrictamente en la adivinanza o las buenas intenciones. Una cosa es que la ciencia política (o la económica) pretenda ser justo eso, una ciencia, y otra muy distinta es que en realidad lo sea. La capacidad predictiva de las ciencias duras no puede encontrarse en las disciplinas sociales. Es posible detectar tendencias, aproximaciones, elaborar escenarios con diversas probabilidades de concreción, pero hasta ahí. Son muchas y muy cambiantes las variables que intervienen en los fenómenos sociales como para saber con precisión cómo se comportarán a lo largo de varios años. Y hay también los famosos imponderables, acontecimientos que afectan gravemente el curso de la historia, pero que son incidentales, imposibles de predecir (como la muerte accidental y prematura de algún personaje político de primer nivel). Y viene después el complejo y casi inaccesible mundo de la sique de los protagonistas políticos, tan oscuro como sujeto a cambios y mutaciones, sobre todo cuando se reciben fuertes dosis de poder, cuyo efecto es sumamente parecido al de una potente y adictiva droga. La predictibilidad en la política depende también de la fuerza y definición de las instituciones, ahora sumamente desdibujadas y golpeadas en nuestro país.

De tal manera que cabe preguntar: ¿Alguien, a principios de 2001, pudo haber imaginado todo lo que ocurriría durante el gobierno de Fox y cómo terminaría? ¿Se podía vislumbrar la parálisis en la que cayó el proceso político, los dislates del Presidente, su falta de compromiso democrático, su disposición a preservar la impunidad de los corruptos del pasado y del presente, su debilidad endémica frente a todos (y todas), su obsesión antiobradorista, el efecto que sobre su gobierno y persona tendría su matrimonio con Marta Sahagún, la complacencia presidencial con el enriquecimiento de su familia política? Difícilmente. Ni siquiera, por supuesto, podrían haberlo vislumbrado con claridad el Presidente ni sus secretarios de Estado. Tampoco los politólogos ni los analistas ni los periodistas. Hubo quien aseguró en su momento que Fox no era el personaje adecuado para la delicada e importante fase política que se inauguraba con la alternancia. Y hoy podría reclamar para sí la razón. Los priistas y muchos perredistas lo dijeron de varias maneras durante la campaña presidencial de 2000. Pero probablemente tampoco ellos pudieron haber imaginado los traspiés del gobierno foxista ni la forma en que terminaría.

En todo caso, frente al año que inicia, no queda más que detectar algunas de las incógnitas que flotan en el ambiente político. Por ejemplo:

1) ¿El Partido de la Revolución Democrática entrará de lleno a la política institucional, como parece derivarse de su comportamiento en el Congreso al discutirse y aprobarse el Presupuesto de este año? ¿Podrá mantener ese camino de forma paralela al movimiento social de Andrés Manuel López Obrador sin chocar ni contravenirse? ¿Las divisiones que ya afloran entre las tribus viejas y nuevas de ese partido, provocarán su debilitamiento electoral y político? ¿Intentará alguien dentro del PRD disputarle el liderazgo a López Obrador, y cuál será la reacción de éste?

2) ¿Podrá el Partido Revolucionario Institucional, por esta vez, dirimir de manera civilizada y democrática la designación de su nuevo dirigente nacional? ¿Y una vez nombrada la nueva dirigencia, el tricolor podrá recuperar los hilos de la conducción partidista o seguirá moviéndose por parcelas separadas, gubernamentales, legislativas, corporativas, caciquiles? ¿El nuevo dirigente priista intentará una reforma a fondo o volverá a confiar en que la tradición histórica y "buena fama" de su partido se traducirán en los votos necesarios para recuperar la presidencia en 2012? ¿Tendrá la capacidad para chantajear eficazmente al gobierno de Felipe Calderón, como lo hizo con el de Fox, o en algún momento se va a topar con pared?

3) ¿Cómo enfrentará Felipe Calderón el liderazgo paralelo que desde el Partido Acción Nacional pretende ejercer Manuel Espino? ¿Cuánto tardarán los cuadros panistas en alinearse indefectiblemente con el "líder nato", alejándose del dirigente partidista, según rezan las reglas no escritas de nuestro obsoleto pero vigente presidencialismo? ¿Seguirá sosteniendo el PAN a Ulises Ruiz?

4) ¿Mostrará Felipe el valor expuesto, por ahora, frente a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca y al narcotráfico en Michoacán, hacia los múltiples poderes fácticos que fueron intocados e incluso fortalecidos por el gobierno de Vicente Fox? ¿Permitirá, por ejemplo, que surja la "tercera cadena" televisiva o se someterá a las directrices del duopolio actual? ¿Intentará modificar la estructura del corporativismo como imperativo de la democratización mexicana o les rendirá pleitesía a sus líderes, como lo hizo Fox? ¿Buscará fortalecer la rendición de cuentas, sin la cual no puede hablarse de una auténtica democracia? ¿Verá en algún momento la conveniencia política de, por ejemplo, abrir el expediente Bribiesca Sahagún o preferirá rendir culto a nuestra tradición histórica de impunidad, ratificando así que un cambio de partido en el poder no implica un cambio de régimen político? ¿Calculará Felipe Calderón que la recomposición de la maltrecha política exterior pasa por la redefinición de nuestra relación con Cuba, pese a los desesperados intentos de Jorge Castañeda por mantener una línea que a todas luces demostró ser errónea?

El intento por despejar, desde ahora, con nitidez éstas y otras incógnitas nos llevaría a los terrenos no de las ciencias sociales, sino en el de las ciencias ocultas.

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