12 de febrero de 2007

Crisis de identidad

Leonardo Curzio
Analista político

Una de la principales debilidades de la democracia mexicana es la pésima calidad del sistema de partidos. No hay democracia que funcione si los artífices de la misma (los partidos) no cumplen tres tareas fundamentales. La primera es representar a los ciudadanos, la segunda es agregar intereses y hacerlos compatibles con el interés nacional, y la tercera es la educación política. Ninguna de ellas se cumple cabalmente en el México de hoy.

Sobre la representividad no hace falta abundar sobre el abismo que hay entre los ciudadanos y las burocracias partidistas. Es enorme. Una franja importante de los ciudadanos no se siente representado por ninguno de ellos.

Sobre la agregación de intereses algo hemos avanzado, pero los partidos siguen defendiendo clientelas e intereses específicos de manera poco disimulada. Actúan en muchos casos como facciones (su motor son sus intereses propios) y no como partidos (que ensamblan los intereses propios con los generales).

En educación política tampoco hay mucho que glosar. Su trabajo teórico más importante es la redacción de lemas y estribillos, su sistematización conceptual más acabada son campañas de promoción o desprestigio, y sus reflexiones más sofisticadas se expresan en spots de 20 segundos. Tenemos más propagandistas y agitadores que intelectuales comprometidos.

Seamos francos: el problema es serio y ninguna de las grandes fuerzas políticas parece darse cuenta de ello. La razón de esta evasión me parece está arraigada en la crisis de identidad que tienen los tres grandes partidos. El PRI de nuestros días, por ejemplo, no parece percatarse que es la tercera fuerza política. Hace tiempo que la mayoría escucha sus proclamas de responsabilidad y sus perlas de buen gobierno con escepticismo. A pesar de su encogimiento, su actitud sigue siendo la del partido que garantiza la gobernabilidad del país. Se comporta como un señorón de hacienda arruinado que prefiere ignorar que los tiempos cambiaron.

En el PAN las cosas parecen más graves, no tanto por su despegue de la realidad, sino por la gravitación que sus cuitas tienen en la vida nacional. A pesar de ser el partido que gobierna el país desde 2000, sigue actuando como un partido provinciano en el que las pequeñas infamias de Aguascalientes, Jalisco o Yucatán pueden más que una vocación nacional más fuerte. En muchos casos sigue siendo ese partido de los 50 ó 60 en el que la cercanía familiar y la pureza en la trayectoria parecen más importantes que su propia reproducción como primera fuerza política.

El PRD es un partido nuevo dominado por viejos políticos. Algo así como un cuerpo adolescente que vive preso en el cuerpo de su abuelo que se quedó en el reventón del 68 y en el mejor de los casos del 88. Es un partido anquilosado en lo que a ideas se refiere. Por eso le da igual subir a la señora Payán que a Ricardo Monreal. Es una maquinaria electoral obsesionada por el poder; prueba de ello es que no encuentra todavía consuelo por su derrota.

Si hubiese sicólogos de partidos, una buena inversión sería pagar una terapia completa a los tres. El Freud de la política podría ayudar al viejito borracho de viagra a entender su papel, al viejo provinciano a recordarle que debe gobernar el país y dejar las disputas de familia, y al adolescente audaz recordarle que no puede estar jugando al pandillero y sentarse al mismo tiempo en los despachos oficiales.

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