La Organización de las Naciones Unidas (ONU) es contundente: el planeta está calentándose y las consecuencias son devastadoras. En esta historia México tiene una glorieta que podría simbolizar nuestra contribución a la catástrofe.
La mayoría de los documentos de la ONU son blandengues y ambiguos; por ello sorprende la contundencia del informe según el cual el calentamiento de la Tierra es causado por la acción humana… y seguirá agravándose. Resulta insuficiente el concepto de seguridad nacional; estamos ante un escenario de ciencia-ficción cuya magnitud todavía no asumen a plenitud gobernantes y terrestres. Todos los países han contribuido y si Estados Unidos es el principal responsable, México ha puesto sus terrones de arena.
El trazo urbano captura los valores de una sociedad y de sus gobernantes. Bolonia y Florencia, por ejemplo, están separadas por tan sólo 90 kilómetros pero en la Edad Media desarrollaron propuestas urbanísticas muy diferentes. Así, la mayoría de los edificios públicos de Bolonia tienen amplios pórticos porque como ciudad libre se preocupó por los campesinos que llevaban a vender sus productos y los pórticos les servían para pernoctar. Florencia carece de ellos porque a sus aristocráticos gobernantes les importaba mucho más el arte que el bienestar de los campesinos.
Mientras Europa se urbanizó apoyándose en el transporte público México siguió los pasos de Estados Unidos y utiliza los automóviles que emiten gases que alimentan el efecto invernadero. La capital se distingue. Sus 8 millones 700 mil habitantes tienen registrados ¡2 millones 500 mil vehículos de motor! Un vehículo por cada 3.5 personas. La adicción al motor de combustión interna viene del pésimo sistema de transporte público, de la inseguridad causada por las decenas de miles de taxis piratas y por la comodidad del transporte privado.
La glorieta de San Jerónimo divide a las delegaciones de Álvaro Obregón y Magdalena Contreras en el sur del Distrito Federal. Ahí inicia y concluye el contradictorio segundo piso del Periférico porque la obra urbanística más importante de Andrés Manuel López Obrador, el defensor de los pobres, la dedicó al automóvil. La contradicción persigue al segundo piso seis meses después de entrar en funcionamiento parcial –por obras sigue cerrándose por las noches.
Desde la glorieta apabulla la espectacularidad y elegancia del trazo del segundo piso. Cuando se utiliza es notable la rapidez del desplazamiento y hasta se olvidan los caóticos años de construcción. Cuando el cielo está despejado desde sus alturas se contemplan en el horizonte los volcanes aunque al bajar la mirada se observan las colinas atestadas de ciudades perdidas y maltratados bosques.
La planta baja es un infierno para el peatón. En la glorieta las banquetas son inexistentes, estrechas o llenas de obstáculos y cuatro de las más importantes se transforman en veredas con un ancho que oscila entre los 20 y los 70 centímetros. Se camina por ellas en medio de hoyos que celebran obras inconclusas o muy cerca de autos que transitan a toda velocidad. Frecuentemente tiene que cederse el paso lo que hace a las banquetas particularmente hostiles para los obesos, los ancianos o los niños agarrados de la mano de mamá. Cruzar las calles es complicado porque los vehículos invaden los pasos de cebra. Los peatones se mueven nerviosos, listos para brincar o correr por su vida mientras son ignorados por los policías concentrados en jugar con los semáforos, en agilizar el paso de los vehículos o en devorar alimentos.
Unas cuantas banquetas tienen espacios más amplios pero están invadidos por puestos de periódicos y torterías o taquerías; en la isla más grande han creado, en sólo seis meses, una sólida capa de grasa y mugre que oscurece la banqueta y provoca un original contraste con el elegante gris claro del segundo piso. El entorno lo completa la basura acumulada de manera desigual –no hay papeleras—mientras los microbuses se paran a la mitad de la vialidad e ignoran los espacios construidos especialmente para ellos por las autoridades capitalinas. Hay más banquetas pero buena parte de ellas están invadidas por los autos de los parroquianos de restaurantes o negocios.
Cuando se construyó el multimillonario conjunto de la glorieta nadie pensó en las decenas de miles de personas con discapacidad. No hay una sola rampa que les ayude a subir a las banquetas que en algunos lados alcanzan los 35 centímetros de altura. Tal vez no lo hicieron porque de nada les serviría llegar a banquetas con menos de 70 centímetros --una silla de ruedas tiene un ancho de 80 centímetros.
La glorieta es el epicentro de una zona consagrada al deterioro urbanístico y ambiental. Los autos que desean entrar o salir del segundo piso enfrentan muy pronto otros obstáculos. Si se va en dirección sur son frecuentes los embotellamientos monumentales en las instalaciones de TV Azteca. Del otro lado, las oficinas de la Policía Federal Preventiva provocan un caos parecido. Las congestiones resultantes producen gases con los que la capital mexicana alimenta el efecto invernadero que amenaza al planeta. En fecha próxima Mario Molina, nuestro único Premio Nóbel, nos dirá con precisión el papel de la capital en esta historia.
Finalmente, esta parte de la ciudad ha tenido un crecimiento espectacular que ha ido consumiendo los bosques del sur. La glorieta hizo un aporte modesto, pero aporte al fin, podando 50 de los miles de árboles destruidos o reubicados durante la edificación del segundo piso.
Así pues, la glorieta es un ejemplo de la exaltación del automóvil, y del desprecio al peatón, que se reproduce por toda la capital del país influyendo sobre un problema universal. Esta obra fue realizada por un gobierno de izquierda, corriente que en el mundo defiende la causa ambiental. Hasta en eso México es diferente.
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