14 de febrero de 2007

Medios y democracia

Javier Corral Jurado

El de los medios de comunica ción es el asunto más relevante dentro de una posible reforma electoral venidera; debería colocarse como uno de los ejes fundamentales de una nueva constitucionalidad en México. No sólo porque la lógica y organización de las empresas de comunicación, principalmente las electrónicas, están dominando e influyendo decisivamente en lo político, electoral y estatal, sino porque también están imponiendo -a través de su dinámica mercantilista- un momento crepuscular en lenguaje, tradición, cultura e identidad. Destinados a ser los más grandes aliados de la palabra, la educación y la democracia, se han constituido en uno de sus valladares y quizá, como advierte Luigi Ferrajoli, en uno de sus mayores peligros.

El de los medios se ha convertido en un espacio esencial por donde pasa el Estado y la nación. Y por tanto los medios no pueden eludir su tránsito por un nuevo sistema de legalidad y constitucionalidad democrática, que demarque con toda claridad su responsabilidad social y política en esa interacción, que es, además, construcción de la democracia. En el sistema democrático, el poder impune y la zona de excepción jurídica no deben existir. La naturaleza de su sistema de equilibrios obliga a que todo aquel que ejerza un poder rinda cuentas.

Y así como señalo que los medios se han convertido en la arena más importante de la disputa electoral y la operación política, también propongo que por ningún motivo aceptemos que es una arena definitiva. Es uno de los elementos definitorios, pero no definen por sí mismos. Y ahí está la oportunidad del Estado, y su necesaria intervención. En la nueva hora del debate sobre comunicación y democracia -que acontece esta semana en el IIJ-UNAM, alentado por dos inteligencias frescas en la concepción del derecho y la investigación jurídica: Lorenzo Córdova y Pedro Salazar-, hay que atisbar contra esa pretendida definitividad que sólo magnifica los miedos entre la clase política y convierte en exponencial la ignorancia sobre el verdadero funcionamiento de la política informacional. Sí, hay que matizar el poder que les hemos conferido quienes hemos desarrollado una conciencia crítica de sus efectos negativos, sin que ello signifique negar su influencia y capacidad de seducción, muchas veces caracterizada por la vía del chantaje o la amenaza.

A este matiz contribuyen la concepción de Manuel Castells en La era de la información y un reciente análisis sobre el pasado proceso electoral en la relación medios de comunicación y campañas electorales de Raúl Trejo Delarbre.

El sociólogo español Manuel Castells, de quien su maestro Alain Touraine nos había anticipado como un clásico del siglo XXI por su tratado La era de la información, señala el papel crucial de los medios electrónicos en la política contemporánea, pero afirma que "debido a los efectos convergentes de la crisis de los sistemas políticos tradicionales y del espectacular aumento de la penetración de los nuevos medios, la comunicación y la información políticas han quedado capturadas en el espacio de los medios. Fuera de su esfera sólo hay marginalidad política. Lo que pasa en este espacio político dominado por los medios no está determinado por ellos: es un proceso político y social abierto. Pero la lógica y la organización de los medios electrónicos encuadra y estructura la política. este encuadre de la política por su captura en el espacio de los medios (una tendencia característica de la era de la información) repercute no sólo en las elecciones, sino en la organización política, en la toma de decisiones y en el gobierno, modificando en definitiva la naturaleza de la relación existente entre el Estado y la sociedad. Y como los sistemas políticos se siguen basando en formas organizativas y estrategias políticas de la era industrial, se han quedado obsoletos en cuanto a política y ven negada su autonomía por los flujos de información de los que dependen. Esta es una fuente fundamental de la crisis de la democracia en la era de la información".

Con base en lo anterior debemos trabajar en reformas que liberen a la política de la captura de los medios, y que den más densidad y contenido a la política. Y todavía con un arrojo mayor, que es conciencia de nuestra realidad: para esta tarea hay muy poca clase política.

Pero si sólo el pueblo salva al pueblo, debemos convencer a los actores políticos -más allá de sus deficiencias y vulnerabilidades- de que tienen que liberarse a sí mismos; de lo contrario, se ahondará la dinámica de substitución de los poderes formales del Estado a manos de los poderes fácticos, señaladamente los medios de comunicación. Poco podrá hacer el sistema de partidos cuando los candidatos resulten directamente de las televisoras. Ello depende de reformas legislativas que modifiquen la lógica mercantil, la operación autoritaria, la concentración multimedia; esto es, una reforma de la estructura de la industria mediática electrónica. Pensar en esas reformas no es un asunto de sofisticación jurídica, sobre todo cuando otros países de nuestro continente lo han llevado a la práctica desde hace años, aunque hay que reconocer que sí requieren algo de valor.

Profesor de la FCPyS de la UNAM

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