8 de octubre de 2006

Economía política de la migración


Mario Rodarte E.

Resumen: México debe hacer menos atractiva la emigración, hacer más seguras ambas fronteras, mejorar las aduanas y combatir el tráfico ilegal. El gobierno debe aprovechar los beneficios de la emigración (remesas y mayor productividad) y de las recientes movilizaciones pro inmigrantes en Estados Unidos, entrelazando la iniciativa de reforma de Bush con argumentos económicos como el intercambio de factores en el contexto de un envejecimiento poblacional, por un lado, y crecimiento, por el otro.
Mario Rodarte E. es director general del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, A.C. (CEESP). Los puntos de vista expresados aquí son del autor y no necesariamente reflejan la opinión del CEESP, del Consejo Coordinador Empresarial o de sus organismos afiliados. El autor agradece los valiosos comentarios de Celina Mier y la asistencia de Armida Valdés. Los errores son responsabilidad exclusiva del autor.


INTRODUCCIÓN

La migración es un fenómeno social que ha estado presente en todas las épocas de la historia de la humanidad, aunque no fue sino hasta finales del siglo xx, en pleno auge de la globalización, cuando se exacerbó, llegando a representar un verdadero dolor de cabeza para muchos gobiernos. Es precisamente a partir de la globalización que incontables investigadores han dedicado tiempo y esfuerzo a la comprensión del problema con el objetivo, no revelado, de tener elementos para diseñar una política migratoria adecuada y conveniente para las partes involucradas. A partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los flujos migratorios se han incrementado entre los tres socios comerciales, aunque el problema por el volumen del flujo de personas entre México y Estados Unidos es, por mucho, el más visible. Aquí, analizaremos algunas de las causas y consecuencias económicas y sociales de la migración. En especial, el problema se enfoca desde el punto de vista de la importancia estratégica para ambas naciones, de donde se infiere la necesidad de alcanzar un acuerdo migratorio amplio.

¿POR QUÉ EMIGRAR?

Muchas son las razones que pueden motivar a una persona a emigrar a otro país, tanto económicas como políticas o culturales. Entre las causas económicas, la razón más poderosa es la tasa de crecimiento diferencial del producto existente entre ambas economías, que implica un número mayor de nuevos empleos generados cada año. Si este crecimiento se da con estabilidad, el efecto es un rápido aumento del ingreso y, con ello, ascensos continuos en la escala de bienestar, acompañados de enorme movilidad social. Por ejemplo, un, o una, jefe de familia que, aunque hayan ocupado un cargo bajo en el escalafón de una empresa, gracias a su ingreso y estabilidad invierten en una mejor formación de sus hijos, quienes, a su vez, tendrán la posibilidad de acceder a mejores puestos. En consecuencia, por el efecto de la movilidad social mejora la situación de la población.

Las diferencias en tasas de crecimiento entre dos economías van acompañadas, por lo común, de diferencias en la productividad. La economía más rezagada dará como resultado mano de obra menos productiva. En general, una economía inicia su fase de crecimiento a partir de sus recursos naturales -- la tierra de cultivo o las minas, entre otros -- ; luego se presenta la etapa de crecimiento industrial sostenido y, al final, se alcanza la etapa de crecimiento de los servicios -- obviamente servicios de alta tecnología, entre los que se incluye, de manera privilegiada, la investigación científica y tecnológica -- . Este ciclo de crecimiento hace que en este tipo de economías muy pronto se presenten problemas de escasez de mano de obra en ciertos segmentos de la industria, el campo y los servicios, en especial en tareas de menor productividad. Por lo tanto, esto constituye otro gran atractivo para emigrar.

El crecimiento de la población y el desarrollo hacen que el recurso más escaso sea el tiempo libre, ya que una buena parte del mismo se asigna a actividades de mercado, que generan ingreso, elevando el costo de oportunidad de otras actividades, como tener una familia. Esto explica el porqué de la baja tasa de natalidad en las economías desarrolladas: las familias, en especial las mujeres, enfrentan un costo muy elevado, en términos de salarios y oportunidades perdidas, cuando deciden ser madres. De ahí la decisión de tener cuando mucho un hijo y dedicarle calidad, no cantidad. Estas decisiones tomadas en el ámbito nacional tienen el efecto de reducir notablemente las tasas de crecimiento de la población, lo que hace que eventualmente estas sociedades más desarrolladas enfrenten el problema del envejecimiento de la población, lo cual genera un nuevo atractivo para las personas que viven en otros lugares, como ocurre en Europa o América del Norte.

Otra área de oportunidad para la emigración se ha generado a partir de la firma del TLCAN. En estricto sentido teórico, la apertura comercial induce un mayor intercambio de factores productivos, entre ellos de mano de obra. Si a este atractivo agregamos las tasas de crecimiento diferencial, la mayor creación de empleos, el rápido aumento en las percepciones reales y el envejecimiento de la población, podremos observar que el flujo de gente que emigra es algo natural. Todos son incentivos poderosos que vuelven rentable la acción de emigrar para quien decide hacerlo. Con una frontera tan amplia como nuestra frontera norte, impedir que se reduzca el flujo de personas es prácticamente imposible, a menos que se llegue al extremo, como se ha sugerido, de construir un muro entre los dos países y mantenerlo permanentemente vigilado, lo cual genera costos muy elevados.

Tradicionalmente, la frontera norte ha estado abierta únicamente para determinado número de trabajadores, aunque en la práctica los flujos de personas son significativamente mayores y, como muchas cosas que suceden en México, no existe una cifra confiable sobre la magnitud del problema, lo cual hace que cada quien hable con los datos que escucha.

Los beneficios del fenómeno de la emigración son para ambas partes, así como para las personas que emigran y sus familias. La parte expulsora -- como lo señalan algunos modelos de crecimiento, en especial los que planteaban la existencia de un sector tradicional y uno industrializado en la economía -- se beneficia al elevar la productividad de las personas que permanecen, en especial en aquellas actividades y sectores donde trabajaban antes de partir. Como resulta razonable su¬poner, quienes cuentan con la mayor productividad tendrán mayores salarios, y serán quienes decidan permanecer. Esto es, primero parten las personas con menor productividad y, al sumarse a actividades en la otra economía con mayor productividad y salarios, automáticamente se benefician, generando un aumento en ambas economías. La economía que recibe a los inmigrantes se beneficia con el flujo de personas, ya que aumenta el valor agregado generado localmente así como las ventas de bienes y servicios en las localidades, y que implica aumentos en la recaudación local. Cuando finalmente inicia el flujo de remesas, las familias de los emigrantes y las localidades donde éstas residen se benefician. El intercambio de personas entre dos economías, entonces, tiene efectos benéficos en ambos lados y contribuye a elevar el bienestar de ambas poblaciones.

ALGUNAS CIFRAS REVELADORAS

Durante las últimas cuatro décadas el tamaño de la economía estadounidense ha atraído a una gran cantidad de inmigrantes. En 1970 el PIB estadounidense ascendía a 1.025 billones de dólares, poco más de 13 veces mayor que el de México, que entonces era de 76000 millones de dólares. En la década de 1990 la economía de Estados Unidos era 11 veces mayor que la de México, proporción que se ha mantenido hasta la fecha -- en 2004 la economía estadounidense alcanzó los 11.679 billones de dólares, mientras el PIB de México llegó a 1.046 billones de dólares. En este sentido, es notable el diferencial respecto al tamaño de la economía entre los dos países, mostrado claramente por el PIB per cápita. En términos comparativos, a principios de la década de 1970 el PIB per cápita en Estados Unidos ascendía a 4993 dólares anuales, el triple que el de México que entonces era de tan sólo 1566 dólares; dos décadas después (1990) Estados Unidos alcanzaba los 22887 dólares anuales, casi cuatro veces más que nuestro país, que llegó a 6136 dólares. Esta tendencia no se ha revertido en términos de bienestar social, ya que el PIB per cápita de Estados Unidos continúa manteniendo hasta la fecha una proporción de cuatro a uno. Para 2003, el ingreso per cápita del vecino del norte era de 37582 dólares, mientras el de México era de 9382 (OCDE, 2006).

El crecimiento y el desarrollo económico de Estados Unidos han contribuido a mantener altos niveles de vida en su población. Sin embargo, como en todas las economías industrializadas, la tasa de natalidad ha disminuido, en parte debido a la mayor participación de la sociedad en actividades productivas. A principios de la década de 1980 la población mayor de 60 años representaba tan sólo 16% del total, tendencia que ha ido en aumento, sobre todo al considerar la menor tasa de natalidad y la consecuente disminución en la tasa de crecimiento poblacional. Según datos y estimaciones del Censo de Estados Unidos, para 2025 la proporción de adultos mayores respecto del total de la población estadounidense será de alrededor de 24% y se mantendrá durante 25 años más hasta alcanzar cerca de 26% en 2050, por lo que más de un cuarto de la población demandará pensiones y servicios médicos en los próximos 50 años. En este sentido, la inmigración resulta benéfica en términos del crecimiento sostenible de la economía y el pago de impuestos y contribuciones para solventar las pensiones y servicios médicos.

Estados Unidos siempre ha sido el país con mayor inmigración en el mundo. País de inmigrantes cuyo atractivo económico y pluralidad social han atraído a miles de familias de todas las nacionalidades. La población de origen hispano no ha sido la excepción; recordemos que el primer programa bracero de trabajadores temporales en Estados Unidos dio inicio en 1917 a causa del estallido de la Primera Guerra Mundial, y desde entonces esa población en el país del norte ha ido en aumento. Para 1980 la proporción ya era de 6%. Actualmente representa 13% del total, conformando el grupo minoritario más importante del país, incluso por encima de los afroestadounidenses. Las estimaciones más recientes, realizadas por el Pew Hispanic Center en 2004, señalan que 48% de los hispanos contribuye a la fuerza de trabajo del país, y que más de la mitad (63%) de ese grupo de población hispana en Estados Unidos es de origen mexicano.

La incorporación de los inmigrantes hispanos a la economía estadounidense ha dado lugar a una mejora en términos de oportunidades dentro de la estructura productiva, lo que arroja una ganancia sustancial en capital humano -- respecto al nivel educativo de los inmigrantes que originalmente llegaron al país -- , cuyos resultados se aprecian con mayor claridad en las generaciones siguientes, pues hoy sus descendientes cuentan con mayor acceso a la educación, mayor preparación y mejores oportunidades para integrarse en la economía. De acuerdo con datos de 1980, de la Oficina del Censo de Estados Unidos, 47% de la población hispana contaba con acceso a la educación, desde la educación básica hasta la profesional. Entre los hispanos con acceso a servicios educativos, 18.8% se encontraba en educación primaria, 6.6% en secundaria, 13%, en preparatoria y sólo 9% podía acceder a estudios superiores o tenía título profesional. Para 2003, más de la mitad de la población hispana (55.3%) contaba con acceso a la educación: 13% primaria; 9.5% secundaria; 14.6% preparatoria y aumentos notables a nivel profesional, y 18.2% se encontraba realizando estudios superiores o tenía un título, cifra que prácticamente duplica a la de hace 20 años.

INMIGRACIÓN Y SEGURIDAD FRONTERIZA

El tema migratorio ha estado en el primer lugar de la lista de prioridades del gobierno foxista; mientras que la prioridad número uno del gobierno de Bush, después del 11-S, ha sido la seguridad nacional, lo que ha dado como resultado, desde el punto de vista estadounidense más conservador, que los inmigrantes indocumentados sean vistos como una amenaza. Sin embargo, el tema ha retomado impulso, al incorporar a la negociación dos elementos que habían estado ausentes hasta hace relativamente poco tiempo: el cabildeo político y la constante amenaza terrorista.

Hoy más que nunca los estrategas y negociadores mexicanos deben valorar los elementos que podrían favorecer la postura negociadora de México con Estados Unidos en este tema. Se ha avanzado mucho, porque buena parte del camino correspondía a los estadounidenses en su proceso de reforma migratoria interna, proceso en el que México se ha mostrado propositivo, dispuesto a colaborar y cauteloso en cuanto a no politizar la causa de los inmigrantes en términos "nacionalistas", sino más bien en términos económicos, maniobra realizada por un grupo de nuevos actores en la negociación política, que en tiempos del TLCAN tan sólo se limitaba a los recién creados mecanismos institucionales. Sin embargo, hoy contamos también con la movilización pacífica de cientos de organizaciones civiles pro inmigrantes que, además de residir en Estados Unidos, son grupos que han explotado el peso específico que tienen en la economía y en la política al tomar conciencia de que conforman la minoría más grande del país. Millones de hispanos se imponen a millones de afroestadounidenses. Estas organizaciones se han involucrado en el proceso político, acudiendo a las oficinas de sus representantes en el Congreso, con marchas multitudinarias fuera del Capitolio y mayor conocimiento de sus leyes y derechos.

México debe aprovechar la oportunidad que tiene ante sí, ya que la sensibilidad de Estados Unidos sobre su seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo marca las pautas con las que México puede actuar para favorecer sus intereses, que van desde una mayor cooperación en la administración de la frontera hasta la aprobación de la reforma migratoria. Para ello, mucho contribuirá reforzar la seguridad fronteriza, en ambos lados, así como los mecanismos para mejorar los servicios de logística en las aduanas, para combatir el tráfico indocumentado y el contrabando de todo tipo y, finalmente, para combatir a los "coyotes" y "polleros", que representan una verdadera lacra para ambos países.

A nuestro favor, contamos con: las movilizaciones de inmigrantes en Estados Unidos, el respaldo y la iniciativa presidencial del presidente Bush en cuanto a lograr una reforma migratoria abarcadora y la evidente prioridad que representa la seguridad nacional. Además, contamos con la complementariedad económica, el crecimiento poblacional en México, el baby boom en Estados Unidos y el envejecimiento de su población, la contribución económica de los inmigrantes y el hecho de que la problemática migratoria se haya convertido en un tema de debate nacional. Desde cualquier punto de vista, lo que está sucediendo es crítico tanto para Estados Unidos como para México.

Por lo anterior, las acciones concretas que hay que emprender son claras, algunas se han puesto en práctica sin éxito, otras se han quedado en el papel.

LA COOPERACIÓN

En México, el flagelo de la corrupción no permite que las agencias especializadas, las fuerzas policiales, las autoridades competentes y el ejército sean fuentes confiables para detener el tráfico de personas a través de la frontera, el narcotráfico y mucho menos la violencia en los focos rojos del país (por ejemplo, el caso de las muertas de Ciudad Juárez, Chih.). Los operativos de la policía mexicana son ineficientes y existen fuertes fundamentos del otro lado de la frontera sobre su complicidad y corrupción, incluso de estar involucrados en cárteles y organizaciones criminales. De ahí que la sospecha de la infiltración de redes terroristas sea mayor y constituya una amenaza a la seguridad y la integridad de ambos países. Las autoridades mexicanas tendrían que asegurar su cooperación con operativos, vigilancia y resultados eficientes, desde garantizar la destrucción total de los decomisos de narcóticos hasta resolver los casos de violencia en la frontera y el tráfico de personas. Esto implica serias medidas para cambiar la imagen de desconfianza, inseguridad, violencia y caos que prevalece en la opinión de los estadounidenses sobre las autoridades mexicanas, en especial en cuanto a la administración fronteriza. Es necesario neutralizar el unilateralismo estadounidense, que despliega a la Guardia Nacional, aumenta los recursos a la patrulla fronteriza o construye muros que a la larga representan un gasto de cuantiosos recursos que al final no logrará su objetivo. Debe prevalecer, más bien, la responsabilidad compartida a partir de la confianza y eficiencia de las fuerzas del orden y del respeto a la ley en nuestro propio territorio.

Para apoyar la propuesta de trabajadores temporales y visas especiales, con opción de obtener la ciudadanía, México tiene que estar dispuesto a diseñar mecanismos confiables que permitan que la migración se lleve a cabo de manera ordenada y legal. Si México no coopera, Estados Unidos difícilmente logrará lo que considera de vital importancia, pues reforzar la frontera no detendrá el cruce de indocumentados; por el contrario, incrementará las muertes y la desesperación de los inmigrantes. Un paso al frente ha sido la adopción de la matrícula consular, documento que permite a los inmigrantes con y sin documentos identificarse de manera oficial en el territorio estadounidense (se trata de un documento expedido por el gobierno de México a través de sus embajadas, y que acredita la identidad de los mexicanos con el fin de que realicen trámites, como la apertura de cuentas bancarias, sin que se sospeche que se trata de terroristas). Mecanismos como éste facilitarían las gestiones ante las autoridades estadounidenses y darían mayor confiabilidad, al acreditar la estancia para fines lícitos en el país vecino. La regularización migratoria de los mexicanos en Estados Unidos también significaría una importante contribución, ya que se podría contar con un padrón que incluyera la información necesaria, como nombres y domicilios, de los inmigrantes residentes en ese país. Estos registros favorecerían la seguridad nacional, siempre y cuando el gobierno estadounidense aprobara una reforma que no discrimine ni persiga a los mexicanos o intente deportarlos, además de permitirles continuar trabajando de manera legal en su país y reunirse con sus familiares, como se ha venido haciendo en los últimos años. Es necesario diseñar un mecanismo para que se deje de considerar delincuentes a los inmigrantes. Si bien no es concebible violentar la ley, sí se pueden tomar medidas que no signifiquen un perdón automático ni sean imposibles de cumplir, como la idea de la bancada republicana en el senado estadounidense de deportar y luego permitir un reingreso ordenado.

El presidente Fox está obligado a cumplir su gran promesa de campaña: el famoso acuerdo migratorio. Su responsabilidad terminará el próximo 1 de diciembre. Por lo pronto, debe aprovechar la relación que ha cultivado durante los últimos seis años con el gobierno estadounidense para que la reforma se apruebe dentro de su mandato, y que no quede en la congeladora parlamentaria estadounidense. Fox, incluso, habló de un TLCAN-plus, que incorporaría un capítulo migratorio que regulara los flujos de personas, la oferta y demanda de trabajo transfronterizo y otra serie de cuestiones que interesan a nuestro gobierno, como garantizar los derechos laborales de los trabajadores, que se respeten sus derechos humanos y se establezcan las cuotas de trabajadores elegibles en el marco de un programa de trabajadores temporales. Todos esos temas quedan por negociar por parte de las autoridades mexicanas y deben vincularse al TLCAN, mecanismo que tiene tantos asuntos pendientes.

Es fundamental la cooperación a través de canales institucionales. Estados Unidos espera que México tome la iniciativa y ofrezca ir un paso más adelante en los temas de la seguridad fronteriza, la migración y el narcotráfico; espera que fluyan las propuestas para nuestra colaboración en su lucha contra el terrorismo. No faltó quien llamara títere a Fox por cooperar en un tema que nos afecta a ambos países, pero los discursos nacionalistas y antiimperialistas de numerosos renegados no ofrecen ninguna solución a nuestros problemas comunes. En México sabemos que sin cooperación entre ambos países nunca se solucionarán muchos de los problemas pendientes y urgentes, y que los beneficios que representa el intercambio de mercancías son múltiples. No hemos considerado que lo peor que podría pasar a México es que hubiera un nuevo ataque terrorista en territorio estadounidense y que se descubriera que los terroristas hubieran ingresado por nuestra frontera por descuido de las autoridades. Tampoco hemos analizado que ese hipotético nuevo ataque a Estados Unidos podría significar poner en riesgo la vida de los mexicanos que radican allá, además del impacto negativo y de magnitudes catastróficas en nuestra economía. Si no insertamos en la agenda bilateral los temas que también afectan e interesan a nuestros socios comerciales, estaremos -- como dicen los estadounidenses -- simplemente disparándonos en el pie. Además, todo lo que se ha avanzado hasta ahora en la solución de temas prioritarios, como el migratorio, se perdería.

Estados Unidos espera que nuestra economía genere los incentivos suficientes para hacer que la emigración deje de ser atractiva para el resto de la población. Esto significa romper un rezago histórico de atraso y marginación, en especial por parte de los principales estados expulsores. Se trata de un problema que no resolveremos de la noche a la mañana, pero en definitiva necesitamos generar oportunidades para el grueso de la población a fin de incrementar nuestra competitividad y productividad. La prosperidad de México es el único factor que podría desincentivar a los emigrantes a exponer sus vidas con tal de lograr, del otro lado, una expectativa mejor para sus familias. Esto significa, además, conciliar las diferencias entre norte y sur. Estados Unidos tiene un gran interés por que México se convierta en un país próspero. En primer lugar por la vecindad; segundo, porque somos uno de sus principales socios comerciales; tercero, por el grado de interdependencia que existe entre las dos economías, y cuarto porque ambiciona la consolidación del Área de Libre Comercio de las Américas que englobe a todo el continente. El hemisferio ha sido su zona de influencia histórica, y por eso México tiene una importancia estratégica; de ahí derivan muchos otros esfuerzos de estabilización en la región, como el Plan Puebla-Panamá, la firma de tratados comerciales bilaterales con algunos países de América del Sur, etc. Por lo tanto, deberíamos sacar el mejor provecho de la relación en vez de dispararnos un día en un pie y al día siguiente en el otro.

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