SERGIO SARMIENTO
Lo ideal sería hacer una reforma fiscal a fondo que estableciera una tasa única en el Impuesto Sobre la Renta de alrededor de un 15 por ciento, pero que eliminara todas las exenciones y deducciones que hoy llenan de agujeros nuestro sistema fiscal. La tasa reducida nos permitiría ser competitivos con países como China, que tiene un gravamen corporativo de 15 por ciento, o con Irlanda y Rusia, que lo tienen de 13 por ciento. Quedaríamos lejos de Hong Kong, que tiene una tasa cero en el Impuesto Sobre la Renta (ISR), pero habríamos avanzado mucho en el propósito de dejar de castigar la competitividad como hoy lo hacemos. La experiencia en países como Irlanda y Rusia es que la recaudación aumenta en vez de disminuir cuando las tasas del impuesto al ingreso bajan y se simplifican.
Ideal sería también reducir el Impuesto al Valor Agregado a 10 por ciento, pero aplicándolo a todos los productos y servicios, incluidos alimentos y medicinas. Esto nos daría un solo IVA en todo México. No tendríamos la injusta situación actual en la que hemos creado mexicanos de primera y de segunda. De primera son quienes viven en Tijuana, en Ciudad Juárez, en Los Cabos o en Cancún, quienes pagan un 10 por ciento de IVA. De segunda, somos el resto, quienes vivimos en la ciudad de México, en Monterrey, en Guadalajara, en la sierra tarahumara o en Oaxaca, ya que debemos pagar el 15 por ciento por los mismos productos.
La aplicación del 10 por ciento de IVA a alimentos y medicinas simplificaría radicalmente el sistema fiscal y eliminaría muchos de los abusos que hoy se cometen por las exenciones y tasas cero de este impuesto. Es un absurdo, por otra parte, que en un país con tantas carencias como el nuestro se mantenga una exención al impuesto al consumo que en buena medida favorece a las clases pudientes.
Si somos realistas, sin embargo, tendremos que aceptar que las posibilidades de que se haga la reforma fiscal ideal son muy limitadas. La reducción y la simplificación del ISR serán cuestionadas por quienes piensan que el sistema fiscal debe ser “progresivo”, sin darse cuenta de que la complejidad de los sistemas con muchas tasas, deducciones y exenciones no sólo termina beneficiando a los más poderosos, a los que tienen los mejores abogados y cabilderos que les permiten salir beneficiados de las excepciones que ordenan los legisladores, sino que se revierte perversamente en contra de quienes menos tienen al desmotivar la inversión y reducir la creación de empleos.
El realismo político sugiere también que no se logrará la simplificación del IVA. Es cierto que la baja del 15 al 10 por ciento en la tasa general será aplaudida, como se aplaude cualquier reducción de impuestos sea buena o mala; pero el intento de cobrar un gravamen al consumo de alimentos y medicinas se ha convertido ya en un tabú en la política mexicana. Poco importa si esta medida ayuda a simplificar y volver más justo el sistema. Las fuerzas conservadoras de nuestro país han encontrado en este tema una causa populista que no abandonarán con facilidad.
Es importante que no olvidemos la reforma ideal, la que sería mejor para nuestro país, aun cuando sea sólo para que sigamos esforzándonos por avanzar gradualmente hacia ese ideal. En el próximo sexenio, sin embargo, habrá que ser mucho más modestos, o políticamente realistas, en cuanto a los límites de la reforma fiscal.
Si bien resultará imposible lograr una disminución de la tasa del ISR a niveles de alrededor del 15 por ciento, quizá podamos conseguir que continúe la tendencia a la baja que comenzó hace ya algunos años. Y si bien la simplificación radical es imposible, ya que implicaría eliminar los privilegios que poderosos grupos empresariales y sindicales gozan a costa del resto de los contribuyentes, sí podremos ir avanzando en la eliminación de algunos de los tratos preferenciales más injustos, como la exención a las “prestaciones” de los trabajadores sindicalizados o la que beneficia las ganancias de las operaciones bursátiles.
En el IVA será todavía más difícil avanzar. Pero quizá si se aplica un impuesto pequeño, de 2 ó 3 por ciento, en alimentos y medicinas se pueda empezar a avanzar en la homologación ideal. El problema es que mientras no se cobre IVA a alimentos y medicinas será imposible reducir la tasa general del 15 al 10 por ciento, lo cual sería la parte más importante de esta reforma.
México ha entrado al Siglo XXI con un sistema fiscal injusto e ineficaz. Es responsabilidad de los políticos modificarlo para permitir el surgimiento de un país más competitivo con capacidad para combatir la pobreza. No es ningún misterio lo que se debe hacer para ello en el tema fiscal. El gran problema es cómo vencer a los grandes intereses de sindicatos y empresarios que se oponen a la simplificación y racionalización de los impuestos. Lo importante es que sigamos avanzando, aun cuando la reforma ideal siga siendo eso, un ideal.
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